dimecres, 4 d’agost del 2010

el “resibo” strikes back

Hace unas semanas hacía una reflexión sobre la disparidad que tiene trabajar cara al público, basándome en la diferencia de si se hacía en tu pueblo (donde todo el mundo te conoce) o fuera de él (donde no te conoce ni el tato).

Pues bueno, después de analizar de forma concienzuda la primera circunstancia (la de trabajar en tu pueblo) expondré, de la forma más precisa posible, la segunda circunstancia (que es la de trabajar fuera de tu querida tierra natal).

Como muchos ya sabréis actualmente vivo-trabajo en el extranjero, más concretamente en Copón City. A pesar de ello, y entendiendo que lo más fácil sería escribir un relato sobre estas gentes (los coponianos) que habitan estos lugares y que tienen una gracia y un salero innato fuera de lo común, por no hablar de ese idioma propio el cual ya estoy medio entendiendo, y sobre los que podría estar escribiendo semanas y semanas, sobre todo si me pagaran los relatos al peso, no lo voy a hacer y me centraré en un hecho ocurrido hace un par de semanas y que tiene como protagonista a otra persona extranjera. Entendiendo por extranjero a alguien que no soy yo (aunque en esta tierra sí lo sea), ni es un coponiano (a los que alguien podría considerar como extranjeros). Bueno pues no, se trata de un quatoriano (como se les conoce por aquí).

Total, que se presenta una mañana infernal, la oficina llena de gente, la mayoría de ellos con un pagaré–nómina en mano para cobrar su salario por el trabajo realizado donde quiera que lo hubieran realizado. Aunque por el perfil de las personas que se podían ver haciendo cola (moros, algunos de ellos moros(os), quatorianos, negros…) y por sus vestimentas, aspectos y olores corporales, no daba la impresión de que fueran precisamente oficinistas, notarios, médicos o funcionarios (sobre todo estos últimos, cuya cantidad de horas trabajadas al día y la cantidad de presión y estress que soportan cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo en sus puestos de trabajo, les inhabilita para realizar una tarea tan simple como hacer una simple cola).

Pos ná, que se presenta el quatoriano de turno con el pagaré en la mano.

(inciso técnico)

Un pagaré es un documento cambiario, es decir, que se cambia por dinero en efectivo al presentarlo, es del tamaño de un billete de 20 € pero un poco más alargado, y puede ser al portador o nominativo (a nombre de una persona en concreto, con lo que sólo esa persona tiene la potestad de presentarlo al cobro. Además, esa persona se tiene que identificar con su DNI y firmar el documento por detrás).

Dicho esto, el susodicho transeúnte se acerca al mostrador y, sin mediar palabra, deja el pagaré en el mostrador.

- “Holabuenas”. (le digo)

- (silencio).

- (Veo el pagaré) Déjeme, por favor, el DNI. (le inquiero)

- (silencio e inmutabilidad).

- ¿Me deja ver el DNI? Además, lo tiene que firmar por detrás.

En aquel preciso instante, es cuando levanto la vista del ordenador, lo miro a la cara y empiezo a hacerme una composición mental de la situación:

Martes, 10h de la mañana

1) Pelo: alborotado (¿Será un tío fashion?¿Se acaba de levantar?¿es realmente ese el pelo de todos los quatorianos (y por eso llevan siempre puesta esa gorra que no se sacan los 365 días del año llueva, nieve, haga sol o esté cayendo la de Dios es Cristo)).

2) Ojos: Inyectados en sangre e inflamados (¿Será un tío fashion?¿Se acaba de levantar? ¿es un vampiro diurno (de esos también fashion)?)

3) Aliento: Alcohol de quemar (¿Será un tío fashion?¿Se acaba de levantar?¿trabaja de faquir lanzando llamaradas?)

4) Nivel de equilibrio:Mare com va el barco (¿Será un tío fashion?¿Se acaba de levantar?¿tiene un sentido del ritmo peculiar?)

5) Nivel de expresión oral: Balbuceante-ininteligible (¿Será un tío fashion?¿Se acaba de levantar?¿me está hablando en élfico (y por eso no le entiendo ni papa)?)

CONCLUSIÓN: El tío llevaba una chufa un martes cualquiera a las 10h de la mañana, que dejaría a la altura del betún a auténticos pesos pesados del pitraque como Massiel, Fernando Arrabal (el del mileniarismo), María Jiménez, George Best o el mismísimo Abrilet.

Así que, tras analizar el estado de la situación, lo primero que se me ocurre es darle un bolígrafo para que firme… y a ver qué pasa… (que estas cosas no hay que desaprovecharlas)

- Tenga, firme ahí detrás.

- ¿Dónde?

- Ahí detrás.

- ¿Dónde, ahí?

- Sí, detrás.

- ¿Aquí detrás?

- Sí, sí ahí.

(A todo esto, tenéis que imaginaros la voz de borracho (y no creo que os sea muy difícil, que bastante que la habremos oído veces) que estoy oyendo yo en ese momento (que leyendo se pierde ese detalle)).

Y lo siguiente que oigo es un ras-ras-ras-ras-ras… Levanto la vista y me veo al tío rayando la mesa del mostrador. Ya hemos comentado el tamaño que puede tener un pagaré, pero es que la mesa del mostrador es de un metro por 60 cm. Seguro que pensó “Esto está tirao, a ver quién no atina aquí”.

- Oiga, el boli éste que me ha dado no va. (me dice)

Aquella visión del tío rayando la mesa y encima diciendo que el boli no iba, me dejó en estado de shock. Y yo, que ya sabéis que no soy propenso a reírme en situaciones como estas, y que aguanto estoicamente y con una serenidad y entereza pasmosas todo este tipo de situaciones, pues, pues…

- ¿Qué hago? (pienso) ¿Me levanto y me voy? ¿Me levanto y doy una voltereta en medio de la oficina repleta de gente? ¿Me escondo debajo del mostrador encogido en posición fetal a la vez que me chupo el dedo pulgar?

Pues no, me armo de valor, me levanto de la silla y le digo:

- No, no, no, tiene que firmar aquí, en este papel.

- Ah, ¿aquí?

- Sí, ahí.

- ¿Aquí, no?

- Sí, sí ahí.

- Aquí entonces.

- Sí, sí, ahí.

ras-ras-ras-ras-ras… ras-ras-ras-ras-ras… ras-ras-ras-ras-ras…

- Ya está. (me dice a la vez que me entrega el papel)

- (Y cuando cojo y veo el papel) ¿Pero esto qué cojo… es esto? (pienso para mí)

Ya hemos comentado el tamaño que puede tener un pagaré. Pues estaba todo, absolutamente todo lleno de garabatos ininteligibles e inidentificables (caracolas, líneas curvilíneas, rayitas, puntos, espuirales…). Claro, uno puede pensar: ¿Será un tío fashion? ¿Se acaba de levantar? Pero comparando lo que le había hecho ese hombre al pagaré, con la firma que aparecía en su DNI… pues agüita.

- Ésta no es la misma firma que aparece en el DNI. (le digo)

- Sí, sí es la misma. (responde con el convencimiento propio de quien acaba de decir la tautología más irrefutable)

- ¿Pero que no ve que no es igual? (le digo mientras le pongo su DNI al lado de la obra de arte que le había hecho al preciado documento para que viera la diferencia)

- Que sí, que sí que es la misma firma. (me reprocha totalmente convencido, el tío)

- Pues así esto no se le puede pagar. Y, parafraseando al gran Mariano José de Larra, me hubiera gustado decirle un “vuelva usted mañana”. Pero no, hay una frase mágica que es mucho más útil para hacerlo desaparecer: “que pase el siguiente” (a lo que la propia naturaleza de la cola se encarga de hacerlo desaparecer, engulléndolo. Con lo que éste se diluye entre la multitud y se pierde ante mis ojos).

Alguno de vosotros, puede pensar, ¿qué puede importar si no firma bien, si se le puede identificar con el DNI? Para ello os remito a los cinco pasos anteriores de identificación física y, con ello, os juro por mis muelas que no se parecía en nada el tío de la foto al que tenía delante.

Además, qué irresponsable sería yo o cualquiera que le hubiera dado dinero a ese hombre en semejante estado. ¿Qué podría haber hecho con tan pingüe capital? ¿…

1. Comprar una tonelada de gominolas?

2. Hacer avioncitos de papel con los billetes y volarlos por la calle?

3. Echárselo a los peces como si fueran comida?

4. Lanzarlos al aire en medio de la cola, para regocijo de todos los allí presentes?

5. Ir a los 3 € y que lo revienten?

6. …?

Que cada uno ponga el ejemplo que prefiera, pero lo que sí es seguro que ese tío no podría haber hecho nunca, era ir a emborracharse, porque más ya era imposible.

Además, esto no era más que el primer asalto. Había ganado una batalla pero no la guerra.

Con lo que, media hora más tarde, allí estaba él, pero no venía solo, esta vez venía acompañado por una señora de su edad (que debía ser su esposa) y una niña (que debía ser su hija).

- (Y pienso) Bueno, ha tardado media hora en volver y le queda casi media hora de cola, en ese tiempo se le puede haber pasado algo la chufa…

Nada más lejos, cuando el susodicho alcanza el mostrador. No dice nada, permanece callado. Esta vez es su esposa la que hace de interlocutora.

- (con voz típica quatoriana) Mire, que mi marido ha venido a cambiar este pagaré y no se le ha podido pagar porque ha firmado mal, pero ahora ya va a firmar bien.

La esposa, totalmente consciente de la situación (de la borrachera de su marido, me refiero), tenía una cara de picoleto a la que sólo le faltaba el típico rulo de amasar la harina para haber repartido palos a todos los que allí estábamos.

- Bueno, pues que pruebe otra vez (le digo a la vez que pienso), no sé dónde coño va a firmar si antes no ha dejado ni un huequecico libre.

A lo que la hija, totalmente consciente de la situación, seguro que mucho antes que su madre y, por supuesto, mucho antes que su padre (es decir, que como su padre no consiguiera atinar con la firma se quedaban sin €€), le espeta a modo de aliento:

- Vamos, padre, como tu sabes, si tú sabes hacerlo, igual, igual…

ras-ras-ras-ras-ras… ras-ras-ras-ras-ras… ras-ras-ras-ras-ras…

“Igual”, dice. Pobre niñita, es por lo único que sentí algo de recomello de todo aquéllo. Pero es que la segunda vez fue peor que la primera. Y la cara no le había cambiado, con lo que seguía siendo igual de incomparable con la del DNI.

Por lo que volví a utilizar la misma frase mágica para hacerlos desaparecer a los tres de golpe: “ que pase el siguiente”… Y la cola se encargó del resto.

Y eso fue todo. Pero no penséis que todo acabó ahí. Yo creo que todas las historias deben tener un final feliz. Y esta no va a ser menos.

Al día siguiente, apareció ÉL, esta vez enfundado en la típica gorra de quatoriano, con el equilibrio normalizado, con los ojos en su sitio y con el aliento… (bueno, dejémoslo ahí). Pero esta vez, el tío consiguió firmar como es debido, y su careto ya era fiel copia de la foto que aparecía en su DNI.

Y así fue como esa pobre niñita tuvo los €€ para comprarse sus cosas, espero que cromos de “Rebelde Guay”” o “Hanah Montana”…

Así que esto es lo que tiene de ventajoso que estas cosas te pasen en un sitio donde nadie te conoce ni sabe de quién eres. ¿Os imagináis que esto te pasa en el pueblo, donde el susodicho sabe quién es tu madre y dónde vives…? ¿A ver quién tiene huevos suficientes de decirle a Abrilet que no le vas a dar el dinero que se ha ganado trabajando? … En el supuesto de que hubiese trabajado alguna vez.