El amargo sabor del Azufre
Todos los que seamos un poco aficionadillos al cine y, en concreto, a las películas de miedito, sabemos, y podemos afirmar sin temor a que nadie nos corrija por ello, que existen dos axiomas que se cumplen en la mayoría de películas de este estilo:
- El mal siempre vence (aunque pueda parecer lo contrario).
- El mal siempre vuelve. Siempre hay una segunda parte: REC 2, Mimic 2, Las colinas tienen ojos 2, Viernes 13 2 (y 3,4,5,6,7,8,9…), Freddy 2 (y 3,4,5,6…)… Y así hasta la infinitud.
Pero eso no es lo que nos ocupó el pasado sábado, lo que nos concernía en aquella ocasión era otro tipo de película: Sherlock Holmes en versión moderna. Y allá que fuimos en expedición.
Ya desde el punto de partida a los cines, en plena gasolinera, y durante el viaje, notaba un ligero olorcillo a azufre en el ambiente al que, en un principio, no le di importancia.
Durante la cena seguía notando ese aroma que me era peculiar pero no sabía identificar a qué me recordaba. Y lo mismo durante el visionado de la peli. Total, que no me preocupé y lo achaqué, paranoicamente, a algún olor raro que traería impregnado encima, de pasar tanto tiempo en Copón City.
De la película en cuestión sólo puedo comentar que salí de la sala con una sensación agridulce ya que, la película no es del todo mala, aunque por momentos, en lugar de Sherlock Holmes, uno tiene la sensación de ver a luchar a Matrix (con vestimenta clásica en lugar de una de diseño estilizado), contra un malo maloso que más bien, por su vestimenta y aspecto, parecía el Conde Drake (de Barrio Sésamo) pero que, en esta ocasión, no se dedicaba a contar cosas.
Por lo que uno sale con el corazón en un puño al ver como se transforma a uno de sus ídolos de la infancia, uno de mis personajes más queridos y admirados, caracterizado de malo maloso.
Total, que pichi-pichi.
Y a la salida de la sala, reparto de personas y vehículos para cuando la vuelta a casa… y ¡¡¡atentos al reparto!!!
- Coche 1 (5 plazas) = 2 personas.
- Coche 2 (5 plazas) = ¡¡¡¡6 personas!!!!! (Con un par de huevos).
“¿Vamos a ir 6 personas en un coche (de 5 plazas)?” exclamó alguna voz.
No sé por qué, a mí esa situación ya me resultaba familiar, y fue entonces cuando el olor a azufre cada vez se hizo más intenso, el calor era cada vez más insoportable, de forma que entre el calor y el azufre la atmósfera era casi irrespirable, de una densidad asfixiante… Y de repente, como una llamarada feroz, todo el fuego del infierno estalló ante nosotros. Y, de entre las llamas, emergiendo de la nada, apareció ÉL: sí, sí LUCIFER. No tenía aspecto de Lucifer, ya que puede adoptar distintas formas, pero todos, absolutamente todos, sabíamos quién era y lo que es peor, a qué había venido: a mostrarnos el camino hacia la perdición.
- “¿6 tíos en un coche? Pero si no pasa nada. Por eso no te pueden hacer nada aunque el coche sea de 5 plazas. Hazme caso Raül, meter 6 tíos en un coche es bueno”.
Y ahí la tenía: La segunda parte de todas las pelis a la que aludía al principio. El mal siempre vuelve, el mal siempre vence.
En ese preciso momento, y tras escuchar aquéllas terribles palabras, un escalofrío tembloroso y lleno de terror recorrió todo mi cuerpo, recordándome la vez en la que quedé hechizado ante similar sortilegio. La noche en que estuve a punto de perder algo más que mi permiso de conducir… Y, aunque esta vez yo no podía ser objeto de tal maleficio, ya que estaba libre de pecado (o de vehículo), pude reconocer en los ojos del tete Raül aquella mirada perdida, hechizaza, poseída, la de los que como yo en su día, sucumbieron a las palabras del Maligno…
A partir de ese preciso instante sabía que todo estaba perdido, que no había solución humana ni sobrehumana posible. Ni el mejor de los exorcistas podría librarnos ya de la catástrofe. Con lo que, como no podía ser de otra manera, de forma irremediable, esa noche 6 personas se montaron en 1 coche (de 5 plazas).
Lo más curioso del caso fue que el trayecto transcurrió sin incidentes, ni un solo picoleto, policía ni nada parecido se apareció ante nosotros, sólo un par de camiones de la basura como únicos representantes gubernamentales se cruzaron en nuestro camino. Todo con una inquietante y perturbadora tranquilidad y placidez. Fue entonces cuando el sexto ocupante abandonó el vehículo y la situación volvió a la normalidad (nº de plazas igual al nº de ocupantes, es decir 5).
¡Que extraño! Y lo más raro es que el olor a azufre no había desaparecido del todo. Incluso, más tarde, tuve problemas para conciliar el sueño a causa de no poder respirar con normalidad.
Al día siguiente, despertar, comida, cerveceo, despedidas y vuelta pa Copón City. Y el olor a azufre que me perseguía allá donde fuera. De llegada a Copón City, nada más divisar el letrero que indica que se ha entrado en la ciudad, “Copón City”, otra vez el olor a azufre que se me hizo más intenso, más intenso, más, y más y… de repente el horror se hizo presente:
Control de picoletos.
Sólo tres coches en fila esperando recibir en ok para poder continuar:
Coche 1ºà linternazo de luz…”sigan, sigan”.
Coche 2ºà linternazo de luz…”sigan, sigan”.
Coche 3º y último (yo)à linternazo de luz…”pare ahí”.
“¡¡Me cago en la puta!! ¡¡Tenía que ser yo, cojones!!” Ya sabía yo que estaba sentenciado. Y lo peor es que siempre lo había estado de antemano, más concretamente desde el día anterior. El mal siempre vuelve, el mal siempre vence…
Aparco, paro el motor, abro la puerta para salir, y las primeras palabras que me dirige el picoleto de turno son:
- “Ni se le ocurra bajar del coche. Cierre la puerta, baje la ventanilla y enséñeme toda la documentación”.
Qué raro, no hablaba en panocho. Seguro que fue el número 1 de su promoción en dicción y vocabulario, pensé. O eso o es que estaba poseído y era la voz del Maligno la que se representaba a través de aquel tarugo. El mal siempre vuelve, el mal siempre vence…
No había mirado ni dos papeles cuando el susodicho picoleto, número 1 de su promoción en dicción y vocabulario me espetó:
- “Salga del coche y abra el maletero”.
En el maletero sólo llevaba una raqueta de pádel hecha polvo, una pelota de tenis gigante, los zapatos de ir a Alicante de marcha y hay que llevarlos para que te dejen entrar a los sitios, y una mochila con ropa. El susodicho picoleto número 1 de su promoción en dicción y vocabulario abre la mochila, la escarba y me manosea toda la ropa. Lo que peor me supo de todo aquello fue que la ropa que llevaba era la ropa limpia de principio de semana. Ya me hubiera gustado a mí que hubiese sido la ropa sucia de final de semana, con todos los calcetines sudorosos y los calzoncillos, por una vez, llenos de las más absoluta y mugrienta mierda posible. Pero no pudo ser. El diablo es astuto. El mal siempre vence, el mal siempre vuelve…
Acto seguido, el picoleto nº 1 en dicción y vocabulario me inquiere:
- ¿Aquí lo que lleva es ropa, no?
Sin salir de mi asombro y perplejidad respondí que “SÍ”.
Perplejo porque la pregunta podría haberla hecho antes de abrir la mochila, no después de haberla abierto y haber visto y toqueteado todo lo que había dentro. Ahí comprendí que sería el nº1 de su promoción en dicción y vocabulario, pero no en deducción lógica ni en interrogatoriología. Cosas de picoletos.
Con lo que lo último que ese peculiar picoleto, nº1 en dicción y vocabulario pero no en deducción lógica ni en interrogatoriología, me dijo fue:
- “Puede usted continuar”.
Menos mal cojones. Desde ese preciso instante, ese penetrante y asfixiante olor a azufre que me había perseguido durante dos días desapareció por completo. Y entonces, y sólo entonces, me sentí a salvo y seguro… Pero siendo consciente que el mal siempre vuelve, el mal siempre vence…
Moraleja: El mal siempre vence, el mal siempre vuelve. Eso está claro. Y siempre que el diablo aparece, no sé por qué cojones los picoletos me acaban parando siempre a mí. Aunque los 6 tíos en un coche los meta otro.